Siempre he estado en contra de las generalizaciones. Soy de la opinión de que las personas no deberíamos tener el derecho a criticar una realidad sin antes conocerla a fondo. Así pues, ¿cómo voy a poder reprochar la actitud de todo un colectivo, si no conozco a todos y cada uno de sus integrantes ni las circunstancias que les envuelven? Escribo esto porque estoy cansada de oír comentarios como “los norteamericanos son unos orgullosos”, “los árabes son machistas”, “las mujeres nunca dan el primer paso”, etc, etc, etc. A mi modo de ver, sólo son prejuicios basados en la ignorancia. Si nos preocupásemos más por descubrir al prójimo que por señalarle, y por encontrar la viga de nuestro ojo antes que la paja en el ajeno, las cosas nos irían bastante mejor.
A petición de Rosa, nuestra profesora, y teniendo en cuenta que pronto terminaremos las clases, el miércoles salimos a cenar todos los compañeros de la facultad que estudiamos árabe. A Rosa se le ocurrió que sería buena idea ir al “Habibi”, un restaurante libanés que se encuentra en Lavapies. También se acercó Layla, amiga de nuestra profesora y conocida por todos nosotros. ‘Ali, el mayor de los hermanos que llevan este pequeño restaurante, preparó mesa para catorce y nos explicó detalladamente qué llevaba cada plato y las especialidades culinarias del Líbano. Nos sirvieron una gran cantidad de comida, para que probásemos de todo, y al final nos invitaron a té, dulces y shisha. Pero lo interesante de esta historia no es eso, sino lo que viene a continuación: en mitad de la cena y tentadas por la música que amenizaba la velada, algunas sentimos unas enormes ganas de bailar, y simplemente lo hicimos. Movimos algunas mesas y nos dejamos llevar por aquella melodía tan sugerente. Layla pidió a ‘Ali y a su hermano pequeño, Bilal, que se unieran a nosotros, y pasamos así la mayor parte de la noche. Gracias a su paciencia, pudimos aprender la danza tradicional libanesa, muy divertida, por cierto. A nosotros también se unieron otros cliente habituales y hasta el cocinero. Les tuvimos a nuestra entera disposición, arriba y abajo, hasta muy entrada la madrugada.
Uno podría pensar que aquello entraba dentro del precio y el servicio (¿por 13€ todo?), que había sido un día excepcional o que sólo había ocurrido porque Rosa y Layla conocían a ‘Ali y Bilal. Sin embargo, anoche volví a aquel rinconcito de Lavapies, con otras personas diferentes, y volví a sentirme como en casa. La misma atención, invitación a pasteles y chupitos, y de nuevo, aquellos chicos me cogieron de la mano y me animaron a bailar a su lado hasta acabar agotada. “Vuelve cuando quieras”, me dijo Bilal, e intercambiamos móviles por si nos veíamos en otra ocasión.
Ahora mi pregunta: ¿dónde está el machismo en todo esto? Soy mujer (y además no musulmana) y desde el primer momento sentí no sólo que era bienvenida en aquel lugar, sino que iban a tratarme como a una princesa, con respeto y mucha delicadeza. ¿Cuántas veces habré podido sentirme, en mitad de un pub lleno de españoles, un trozo de carne para algunos de los que me rodeaban? ¿Acaso ese tipo de personas, que no saben ni dirigirse a una mujer con el debido respeto, que lo primero que se les ocurre decirte cuando se acercan es “¿me la chupas?”, se atreven de hablar del “machismo de los árabes”?.
Lógicamente, y vuelvo al planteamiento del principio, ni todos los españoles son así (gracias a Dios), ni todos los libaneses son tan cariñosos. Pero entonces, ¿de qué sirven esas afirmaciones generalizadas? Siempre serán verdades a medias.
Por eso cuando escucho “los árabes son unos machistas”, yo me pregunto: ¿Qué árabes?, ¿libaneses, sirios, palestinos, marroquíes, saudíes, jordanos...? ¿Qué árabes?, ¿los más incultos o los intelectuales? ¿Qué árabes?, ¿los de a pie o sus gobiernos?
No nos dejemos engañar por los medios de comunicación, que siempre nos cuentan lo que más vende, ni por la visión de una sola persona, ni tampoco por los prejuicios, que sólo son trampas que nos impiden descubrir todo lo que la vida puede ofrecernos. El mundo no es en blanco y negro, y no existen las verdades absolutas.
Termino recordando la frase que escuché en los labios de Layla: "para ellos siempre serás una flor". Para mí, serán lo que hará seguir pensando que ya es hora de tirar muchos muros.