miércoles, 27 de junio de 2007

LA CAJA DE PANDORA

Hoy que vuelto a ver aquella película que, aunque técnicamente hablando no es nada del otro mundo, sin embargo marcó mi vida: es la historia de un amor ¿imposible? entre una chica de clase alta y un chico bastante pobre, que comienza un verano en una ciudad costera de Carolina del Norte. Ambos se enamoran profundamente, pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial, las circunstancias de sus vidas y el destino caprichoso, los separará de tal forma que, en un momento dado, parecerá que finalmente todo terminará siendo un amor truncado. Ella se compromete con otro hombre y él reconstruye la casa donde se amaron, y vive allí, alejado del mundo.

Él simplemente la espera sin esperanza. Pero ella regresa para buscarle, porque sabe que no sentirá junto a otros lo que sintió junto a él, y que aunque haya salido de su vida, nunca podrá salir de su corazón.










Al final de la película, si uno no se ha dado cuenta antes, descubrimos que la voz en off, el hombre que narra la historia, no es otro que el propio protagonista, ya arrugado por el tiempo, que le cuenta a su esposa (con síntomas de alzheimer) la historia de amor que vivieron.

Un amor que se convertirá en polvo enamorado.

Recuerdo que cuando terminó la película, trastocada, me pregunté: ¿por qué no existirán amores así en la vida real?

Y entonces, pocos días después, él me respondió algo que nunca olvidaré: sí existen, solo que no tienen que pasar por situaciones como esa.

Y sencillamente, supe que era cierto. Es más, con el tiempo descubriría el amor verdadero a su lado. Ese que puede superar cualquier adversidad, que supera cualquier historia que el cine pueda contar, que supera incluso a la misma realidad.

La gente dice que sueño demasiado, que soy demasiado idealista... pero yo les contesto: vosotros no habéis bebido del amor eterno.

No sabéis lo que es amar con el cuerpo y el alma, sentir que el corazón te estalla en cada latir... Y no hablo de sexo, ni de enamoramiento, sino de la absoluta plenitud, de sentirte dichoso por la mera existencia de esa persona, de saber que jamás dejarás de amarla, de traspasar las barreras del tiempo y del espacio, de convertir en inmortal lo mortal.

Sé que existen amores así. Simplemente, lo sé. Así que, a todos aquellos descreídos, a los que piensan que el amor es cosa de unos días o de unos meses, a los que intentan convencerme de que nada es para siempre, les digo: ¿qué coño sabréis vosotros del amor verdadero?

No voy a rendirme a vuestra realidad particular, que no es la mía, y que no es la única y verdadera.

Los hombres que cambiaron la historia fueron aquellos que tenían grandes sueños, aquellos que lucharon por lo que creían. De modo que no voy a dejar de soñar. Tampoco de luchar.

La vida es más sencilla de lo que pensamos, aunque nos empeñemos en complicárnosla cada día. Sé que esto es algo más que un mero sueño. No voy a dejar de creer, porque creyendo encontré el mayor dolor, es cierto, pero también la mayor felicidad.

Vosotros los escépticos miráis y decís "¿por qué?”, pero yo me pregunto, “¿por qué no?”

No voy a dejar mis “idealismos”, porque entonces, simplemente no sería yo.

Vosotros podéis conformaros con el rollo de una noche. Derrotistas. Yo seguiré luchando por el amor para toda la vida. Cueste lo que cueste.


domingo, 24 de junio de 2007

QUERIDOS AMIGOS

Dicen que no hay mal que por bien no venga, y es verdad. Si dejar de hablar con mi antiguo grupo era el precio a pagar para poder conoceros, entonces nada salió caro.

Me acogisteis como a una más en el grupo, desde el primer día, y habéis sido, casi sin saberlo, mi balsita para no naufragar, y la prueba de que aún quedan personas que de verdad merecen la pena.

Me alegro muchísimo por todos vosotros, pero a la vez no puedo evitar sentirme muy triste. Hacía mucho tiempo que no encontraba a gente tan especial, y ahora que al fin la encontré, tengo que decir adiós.

Lo único que puedo lamentar es no haber pasado más tiempo con vosotros, pero eso es algo que no puedo cambiar. Sin embargo, sí puedo deciros que allí donde vayáis, yo estaré, y que cuando volváis todos, os estaré esperando con los brazos abiertos.

La melancolía empieza a hacer de las suyas y además odio las despedidas... así que no diré “adiós”, sino “hasta pronto”, amigos.

Os quiere,

Marta

miércoles, 20 de junio de 2007

NO MORE TEARS



Y entonces comprendiste que nadie merece tus lágrimas.


Y que quien pudiera merecerlas, jamás te haría llorar.

martes, 19 de junio de 2007

CALEIDOSCOPIOS



La vida es siempre la misma...

Todo depende de cómo se mire.

viernes, 15 de junio de 2007

DESENTERRANDO MUERTOS

Una noche más, dejo que los genios hablen por mí, por todos nosotros. Este fragmento que os regalo, pertenece a la primera página de un libro que marcó mi vida: "Beatriz y los cuerpos celestes", de mi musa, Lucía Etxebarria:


No intentes enterrar el dolor: se extenderá a través de la tierra, bajo tus pies; se filtrará en el agua que hayas de beber y te envenenará la sangre. Las heridas se cierran, pero siempre quedan cicatrices más o menos visibles que volverán a molestar cuando cambie el tiempo, recordándote en la piel su existencia, y con ella el golpe que las originó. Y el recuerdo del golpe afectará a las decisiones futuras, creará miedos inútiles y tristezas arrastradas, y tú crecerás como una criatura apagada y cobarde. ¿Para qué intentar huir y dejar atrás la ciudad donde caíste? ¿Por la vana esperanza de que en otro lugar, en un clima más benigno, ya no te dolerán las cicatrices y
beberás un agua más limpia? A tu alrededor se alzarán las mismas ruinas de tu vida, porque allá donde vayas llevarás a la ciudad contigo. No hay tierra nueva ni mar nuevo, la vida que has malogrado malograda queda en cualquier parte del mundo. Tengo veintidós años, y hablo por boca de otros.

Estas mismas palabras que repito las he leído en libros. Algunos se escribieron hace mil años, otros se publicaron hace dos. Porque al fin y al cabo todo lo que se escribe acaba por ser una nota a pie de página de algo escrito antes. Existe un solo tema, la vida, y la vida es siempre la misma: una misma radiación impregna al universo entero y no está asociada a ningún objeto en particular. Todos nuestros actos, todos nuestros amores, son repeticiones de otros ya acaecidos y por eso siempre encontramos en un libro la respuesta a alguna de nuestras preguntas. El problema radica en que no entendemos nada de lo escrito en tanto no lo hayamos vivido de un modo u otro y me parece que yo ahora y sólo ahora empiezo a comprender frases leídas hace tiempo.

Ahora comprendo que la ciudad me sigue, que camino siempre por las mismas calles, y que hace falta desenterrar la angustia para que no se pudra bajo mis pies. Por esta razón dejo una ciudad y regreso a otra, porque sé que en el fondo habito siempre la misma. Creí dejar atrás el sufrimiento y he comprendido que lo llevo conmigo, y ahora vuelvo a la misma ciudad que odiaba tanto

miércoles, 13 de junio de 2007

UNO Y UNO, NO SIEMPRE SON DOS.

El Sol de la mañana, sus rayos entre las hojas de un árbol, la forma de las nubes, el agua que corre, el viento anunciando tormenta, el sonido de la lluvia, la luz de un relámpago, el olor a tierra mojada, los colores del crepúsculo, el tintineo de cada estrella, el reflejo de la Luna sobre el mar, las huellas en una playa, la arena entre los dedos de las manos, el agua entre los dedos de los pies, la fragancia envolvente de una rosa, el sabor del chocolate, el maullido de un gato, la magia de una canción, el poder de una buena película, la sugestión de un cuadro, la dulzura de un poema, la armonía de un baile, la ilusión de un viaje, el recuerdo en una fotografía, la esperanza de un sueño…

Uno puede disfrutar de casi todo en soledad. Sin embargo, yo siempre he sentido la necesidad de tener a alguien cerca cuando me siento dichosa. Las cosas maravillosas se vuelven sublimes cuando las compartes con quienes te importan, y las penas se vuelven menos amargas si tienes junto a ti a alguien que comprenda.

miércoles, 6 de junio de 2007

UN CORAZÓN CIEGO

Era un día como otro cualquiera. Para ser más exactos, era un martes de junio, de esos que el Sol empieza a anunciar sin piedad el verano, en plena época de exámenes.

Habían quedado a las cinco y media para estudiar juntos en la biblioteca. Sin embargo, las paredes de su casa comenzaban a pintarse de ausencia, así que decidió huir de allí antes de que fuera demasiado tarde. Estaba aprendiendo, poco a poco, a deshacerse de la tristeza cuando ésta pretendía inundarla.

Llegó tres cuartos de hora antes de lo acordado, pero no le importó. Aquel parque se le antojaba limpio, claro y silencioso, a pesar de encontrarse en mitad del bullicio de la gran ciudad. Se sentó a leer en un banco, y mientras esperaba, dejó que los rayos del sol se adentrasen en ella y la iluminaran, como lo hacían con las hojas de los ciruelos rojos. El tiempo transcurría, y cuando quiso darse cuenta, el minutero había recorrido ya media esfera de su reloj. Entonces se dio cuenta de que estaba sola, y sin embargo, no se sentía en soledad.

Cuando se cansó de aquel banco y sintió que el calor empezaba a marearla, se levantó buscando la sombra de un árbol. Pocos minutos después, se vio sorprendida por unos brazos que la estrechaban desde detrás. “Perdona”, dijo él, aunque sabía que no se había retrasado; y tras el saludo, se dirigieron hacia la biblioteca.

Pero allí no cabía un alma, y menos dos. Mala suerte, o buena, porque fue entonces cuando decidieron que lo mejor sería aprovechar lo que la naturaleza les brindaba en medio de aquel paraje artificial: un poco de hierba y algo de sombra bajo los árboles.

Sobra decir que no estudiaron. Él le habló de él, ella le habló de ella. Se conocían mejor de lo que pretendían aparentar. Ambos hablaron en pasado, a penas en presente, nada en futuro. Y sin saberlo, él le ayudó a comprender quién era ella:

“Tengo una amiga a la que hace mucho tiempo que no veo y sin embargo siempre está conmigo. Sé que siempre podré contar con ella cuando lo necesite”, y le contó su historia. Ella le escuchaba y sentía, poco a poco, que la tristeza volvía con la intención de llevársela. “Tengo un reto”, siguió él, “y es conseguir que aunque no esté a tu lado, aunque no te llame, aunque no te demuestre que estoy cerca como tú lo esperas, sepas siempre que estoy aquí”, y le dio un golpecito en mitad del pecho. Le miró a los ojos y supo que era cierto, siempre podría contar con él.

Fue entonces cuando observó dentro de sí misma. ¿Cuántas personas la habrían querido de la misma manera?, ¿el amor de cuánta gente había menospreciado ante sus ojos ciegos?, ¿cómo había sido tan estúpida como para no sentirse amada entre tanto amor? Y entonces no pudo hacer otra cosa que darse la vuelta y llorar…

Él la atrajo hacia sí, y ella se acurrucó entre sus brazos, intentando buscar el consuelo que ahora nadie podía ofrecerle.

“Lo siento”, dijo él. “Gracias”, pensó ella, aunque no se lo dijo. Estaba demasiado triste para decirle que nunca olvidaría aquel día, un día que pretendía ser como otro cualquiera.

Acababa de recuperar la vista.

domingo, 3 de junio de 2007

RESPUESTAS

Últimamente me empeño en encontrarle un porqué a todo lo que me sucede, aunque sé que hay ciertas cosas que no tienen explicación y otras tantas que ocurren simplemente por azar o por motivos que se escapan del control de uno mismo.

Comienzo a encontrarle sentido a muchas cosas, pero a la vez siento que cada vez son más las que no comprendo. Empiezo a pensar que cada día conozco más sobre la vida, pero cada vez la entiendo menos, y eso, paradójicamente, me hace desear seguir estando aquí y descubrirla, aunque dudo que algún día logre descifrarla.

Antes me preguntaba por qué a algunos hombres les costaba tanto comprometerse. Ahora sé que el amor sincero es el mayor compromiso que puede unir a dos personas.

Tal vez sea demasiado tarde para encontrar este tipo de respuestas... Tal vez no.

El caso es que no puedo evitar sentirme culpable por hallar todo a destiempo y por valorar siempre lo que tengo en función de lo que pierdo. Supongo que a todos nos pasa lo mismo. Pero bueno, lo maravilloso que tiene esta vida es que, hasta el último día que te brinde, siempre que falles te dará otra oportunidad para seguir intentándolo.

Así que, siempre que tengas motivos para bajar la cabeza, recuerda que mirando al suelo sólo conseguirás perderte todo aquello por lo que levantarla.

sábado, 2 de junio de 2007

NI BLANCO, NI NEGRO

Siempre he estado en contra de las generalizaciones. Soy de la opinión de que las personas no deberíamos tener el derecho a criticar una realidad sin antes conocerla a fondo. Así pues, ¿cómo voy a poder reprochar la actitud de todo un colectivo, si no conozco a todos y cada uno de sus integrantes ni las circunstancias que les envuelven? Escribo esto porque estoy cansada de oír comentarios como “los norteamericanos son unos orgullosos”, “los árabes son machistas”, “las mujeres nunca dan el primer paso”, etc, etc, etc. A mi modo de ver, sólo son prejuicios basados en la ignorancia. Si nos preocupásemos más por descubrir al prójimo que por señalarle, y por encontrar la viga de nuestro ojo antes que la paja en el ajeno, las cosas nos irían bastante mejor.

A petición de Rosa, nuestra profesora, y teniendo en cuenta que pronto terminaremos las clases, el miércoles salimos a cenar todos los compañeros de la facultad que estudiamos árabe. A Rosa se le ocurrió que sería buena idea ir al “Habibi”, un restaurante libanés que se encuentra en Lavapies. También se acercó Layla, amiga de nuestra profesora y conocida por todos nosotros. ‘Ali, el mayor de los hermanos que llevan este pequeño restaurante, preparó mesa para catorce y nos explicó detalladamente qué llevaba cada plato y las especialidades culinarias del Líbano. Nos sirvieron una gran cantidad de comida, para que probásemos de todo, y al final nos invitaron a té, dulces y shisha. Pero lo interesante de esta historia no es eso, sino lo que viene a continuación: en mitad de la cena y tentadas por la música que amenizaba la velada, algunas sentimos unas enormes ganas de bailar, y simplemente lo hicimos. Movimos algunas mesas y nos dejamos llevar por aquella melodía tan sugerente. Layla pidió a ‘Ali y a su hermano pequeño, Bilal, que se unieran a nosotros, y pasamos así la mayor parte de la noche. Gracias a su paciencia, pudimos aprender la danza tradicional libanesa, muy divertida, por cierto. A nosotros también se unieron otros cliente habituales y hasta el cocinero. Les tuvimos a nuestra entera disposición, arriba y abajo, hasta muy entrada la madrugada.

Uno podría pensar que aquello entraba dentro del precio y el servicio (¿por 13€ todo?), que había sido un día excepcional o que sólo había ocurrido porque Rosa y Layla conocían a ‘Ali y Bilal. Sin embargo, anoche volví a aquel rinconcito de Lavapies, con otras personas diferentes, y volví a sentirme como en casa. La misma atención, invitación a pasteles y chupitos, y de nuevo, aquellos chicos me cogieron de la mano y me animaron a bailar a su lado hasta acabar agotada. “Vuelve cuando quieras”, me dijo Bilal, e intercambiamos móviles por si nos veíamos en otra ocasión.

Ahora mi pregunta: ¿dónde está el machismo en todo esto? Soy mujer (y además no musulmana) y desde el primer momento sentí no sólo que era bienvenida en aquel lugar, sino que iban a tratarme como a una princesa, con respeto y mucha delicadeza. ¿Cuántas veces habré podido sentirme, en mitad de un pub lleno de españoles, un trozo de carne para algunos de los que me rodeaban? ¿Acaso ese tipo de personas, que no saben ni dirigirse a una mujer con el debido respeto, que lo primero que se les ocurre decirte cuando se acercan es “¿me la chupas?”, se atreven de hablar del “machismo de los árabes”?.

Lógicamente, y vuelvo al planteamiento del principio, ni todos los españoles son así (gracias a Dios), ni todos los libaneses son tan cariñosos. Pero entonces, ¿de qué sirven esas afirmaciones generalizadas? Siempre serán verdades a medias.

Por eso cuando escucho “los árabes son unos machistas”, yo me pregunto: ¿Qué árabes?, ¿libaneses, sirios, palestinos, marroquíes, saudíes, jordanos...? ¿Qué árabes?, ¿los más incultos o los intelectuales? ¿Qué árabes?, ¿los de a pie o sus gobiernos?

No nos dejemos engañar por los medios de comunicación, que siempre nos cuentan lo que más vende, ni por la visión de una sola persona, ni tampoco por los prejuicios, que sólo son trampas que nos impiden descubrir todo lo que la vida puede ofrecernos. El mundo no es en blanco y negro, y no existen las verdades absolutas.

Termino recordando la frase que escuché en los labios de Layla: "para ellos siempre serás una flor". Para mí, serán lo que hará seguir pensando que ya es hora de tirar muchos muros.

viernes, 1 de junio de 2007

"Por qué se me vendrá todo el amor de golpe cuando me siento triste, y te siento lejana..."












No encuentro una manera más acertada para dar a luz a este blog que dejar que el gran Neruda hable por mí.

Éste poema que os dejo es el número 20 de esa obra que todos conocemos: "Veinte poemas de amor y una canción desesperada"; y para mí, uno de los mejores que han podido escribirse en toda nuestra historia.

¿Quién no ha sentido nunca que aquella noche era la noche más triste de todas?


Puedo escribir los versos más tristes está noche.
Escribir, por ejemplo: «La noche esta estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos».

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.