martes, 24 de marzo de 2009

Ella no duerme; si acaso, dormita al amanecer, cuando los primeros rayos del Sol comienzan a filtrarse por su persiana. La noche es demasiado oscura y pesada. No duerme porque teme soñar o, aún peor, despertar de un sueño.

Tampoco come. A menudo los recuerdos se agolpan en la boca de su estómago ahogando su apetito. Pronto sólo quedarán sus huesos.

Hace tiempo que perdió lo único que se había salvado del naufragio: la fe.
Ahora no es más que un fantasma.

Vaga por la casa semi-desnuda, siempre a media luz, “crepúsculo interior”. Desierto en el que no crece nada. Los ojos sin brillo, la mirada perdida. Dios nos avisa de que hemos traspasado el límite del sufrimiento dejándonos sin lágrimas.

Ella no habla. Se le acabaron los argumentos; sólo permanecen las preguntas. Cuando nada se entiende, no hay nada que discutir. Se limita a encender un cigarrillo y observar las luces que tintinean tras la ventana, esperando, tal vez, que esa estrella baje para arroparla.

El humo dibuja blancas figuras espectrales con las sombras de la habitación. Y ella fuma, en un intento inconsciente de auto-destruirse.

Con un poco de suerte, su vida terminará antes de lo previsto. Como todo lo demás.

Marta B.
12/03/2009